martes, 15 de julio de 2014

Seis

No sé cómo extrañarte.

No sé si hablarte todos los días,
o si dejar de hacerlo.

No sé si debería escribirte,
o si de plano es mejor no mencionarte.

No sé qué sigue después de la magia,
cuando se ha acabado el hechizo.

¿Y cómo carajos se lidia con tanto amor?

¿A quién se lo das?

¿Dónde lo guardas?

¿Cómo lo comes?

¿Y con qué chingados lo acompañas?

Si pudiera, no haría nada diferente,
absolutamente nada.

Conocerte me hizo agradecer cada momento de mi torpe existencia.
Cada decisión estúpida que he tomado a lo largo de mi vida.
Cada paso en falso que he dado.

Porque sé que si me he perdido,
fue para encontrarnos.

No te puedo explicar cuánto me engrandeciste.
Cuánto me enseñaste de la vida.
Pero sobre todo,
cuánto me enseñaste de mi.

El otro es el reflejo de uno mismo,
o algo así.

Al conocerte también me conocí a mi,
a veces más de lo que me hubiera gustado.

Conocí más mis defectos,
y me asusté muchísimo al darme cuenta que los usaba contra ti.

Vi mi risa reflejada en tus labios,
vi mis lágrimas en tus ojos,
vi mis demonios en tu espalda.

Y entonces tuve que girar,
dar media vuelta y caminar.

No creas ni por un segundo que fue por falta de amor,
por favor.

En todo caso,
fue exceso de él.

Porque me he dado cuenta
que el verdadero amor no ciega,
ilumina
abre los ojos.

Y al abrirlos tuve que ver también hacia adentro.
Y, tengo que aceptarlo, no me gustó lo que vi.

No puedes hacerle bien a alguien
si no te haces bien primero a ti.

No pude caminar a tu lado
porque dejé de sentir mis pasos.

Y no sé si lo que digo tiene sentido,
o si es egoísmo,
o necedad,
o ingenuidad.

Lo que sí sé,
es que dejé de ver mi risa,
y tus ojos,
y mis manos,
y tu voz.

Dejé de ver la magia.

Pero el amor siempre ha estado,
y estará ahí.

Perdón,
pero tuve que romper el espejo,
porque ya no soportaba ver mi reflejo.



Te amo. Gracias.

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